Al final de cada día una casilla más del calendario, pasa de la columna del futuro a la columna del pasado … pasa de posibilidad a historia … Todos los momentos pueden recordarse, celebrarse o lamentarse, pero no se pueden recuperar.

La vida es uno de esos juegos donde uno solo puede avanzar.  Hace un tiempo leí un artículo que decía “¿Concuerdan tus compromisos con tus convicciones?” … Las convicciones tienen que ver con tu propósito en esta vida, con nuestro llamado original.  Pero los compromisos son acciones o decisiones hechas en el pasado que nos llevan o ligan a una acción futura, como elegir una carrera, una universidad, casarse, cambiar de trabajo, hacer ejercicio … todos son compromisos dramáticos, ¡radicales!

El tema es que no pensamos en los costos ocultos de estas decisiones … a veces compramos una casa que nos costará trabajar toda la vida para poder pagarla.  Vemos los metros cuadrados de la compra, pero no vemos la pérdida de calidad de tiempo con nuestra familia… cuando terminamos de pagar la casa, ya los hijos no están porque se van y quedamos con un cascaron de cemento solos, sentados frente un televisor y nos sobra el resto de la casa.

La mayoría de compromisos a los que nos vinculamos son rutinarios, los cuales pueden ser triviales pero no podemos subestimar el poder que tienen en nuestras vidas.  No nos damos cuenta, y dejamos que nos incluyan en miles de cosas que “debemos hacer” porque hay gente que nos dice que “debemos hacerlas”.  Los compromisos reciben la mayor parte de nuestra atención, y algunos o la mayoría, nos drenan nuestra vida.

Pocas veces hacemos un balance entre los compromisos que tenemos con gente que no les interesamos, con lo que realmente debemos hacer.  La vida se nos va llenado de cosas que no queremos hacer, pero al otro día volvemos hacerlas.  Son como especie de maleza en el césped de la vida.  Se multiplican sin permiso y cubren la hermosa hierva que esta debajo.  El tema es que, a diferencia de la maleza, estos compromisos no son biodegradables.

¡El tiempo no espera a nadie! No podemos seguir enredados en asuntos insignificantes comparados con nuestro llamado de vida.  Debemos despojarnos de eso que inflama nuestra vida, pero no nos nutre.  Es pan lleno de gluten que no nos alimenta.

Entre la cuna y la tumba se nos llena de vida de “tengo que ir y cumplir”.  Esto nos hace que seamos nosotros mismos los que fijemos el presupuesto emocional y mental que vamos a invertir en nuestra vida, no los demás.

Si hay gente que “exige” de nosotros atención, dar afecto y demás, y que estes ahí para ellos cuando sea, es mejor tomar distancia.  Es importante comenzar a decir NO a las personas que solo te quieren por un ratico para cubrir sus supuestas necesidades.

Es aquí donde te doy un consejo: Jamás, jamás, jamás llames, hables o escribas a alguien motivado por la culpa.  No debe ser el motor que te debe llevar hacer algo.  Eso no le sirve a la otra persona ni te sirve a ti.  Quedar en banca rota emocional por hacer que alguien se “sienta bien”, puede sonar noble, pero no lo es.  Si seguimos este camino, siempre estaremos debiendo algo a alguien, como si fuese una especie de hipoteca de vida.

Una vez escuche a un gran orador decir: “Si hablan mal de ti seguramente les hiciste un favor.  Si hablan bien de ti seguramente aún no les niegas un favor”.  De este tipo de hipotecas es las que hablo.  NO PUEDO, NO QUIERO, NO VOY HACERLO también es una respuesta valida que puede multiplicar los SI en tu vida.

No esperemos los momentos de infortunio para poder cambiar… un padre ocupado que nunca tiene tiempo para su familia, su matrimonio se va al traste y de repente resulta que si tienen tiempo para atender abogados, tribunales y demás cosas que conllevan una separación.  Ahora si tiene tiempo, ¿cierto? …

… Un adicto al trabajo, un compulsivo del desempeño, de repente tiene 24 horas al día y 7 días de la semana para cuestionarse o preguntarse por el significado de la vida, cuando en el examen o diagnostico medico viene la palabra “maligno”.

Un día, como todos, estaremos frente a Dios y pasaremos al tablero a mostrarle ¿Qué hemos hecho con nuestra vida?

Si esperamos lo suficiente y no tomamos cartas en el asunto, la crisis va a venir.  No podemos seguir por la vida maravillados del super barco en el que estamos navegando, cuando al frente están las cataratas del Niágara.  No debemos esperar que venga la caída para replantearnos la vida que estamos teniendo.

A esta altura ya puedo formular una pregunta sincera, ¿Alguna vez pensaste donde vas a pasar los últimos días sobre esta tierra?

Nadie sabe cómo va a morir, ni en donde, pero si vamos a lo que pasa con la mayoría, será en la cama de un hospital.

Es posible que tus ultimas horas estes rodeado de aparatos, doctores, en una cama de hierro y mucho más.  Y estoy seguro de que bajo ningún contexto sucede que pidamos los diplomas de universidad, carros que compramos, dinero en cuenta bancaria, likes de Instagram, para morir abrazados a ellos.

No importa la religión que profeses o si no tienes una, la gente que está en la última estación de la vida solo quiere saber 2 cosas:  Estoy bien con mi familia sobre todo con los hijos si los tuvo, y la otra, si estoy listo para encontrarme con Dios.  Nadie muere ateo bajo fuego.  Y esto tiene que ver con, ¿Qué legado voy a dejar?  Esa es la pregunta recurrente que encierra estos 2 cuestionamientos.

Quiero que te hagas esa pregunta …  ¿Será que cuando mires por el espejo retrovisor de tu vida, veras un legado que te deje una profunda satisfacción y que dejaste este mundo mejor de lo que encontraste?  Debemos simplificar nuestra vida, lo mas posible.  Solo tenemos un intento en esta vida.  ¡No se permiten ensayos!

Escojamos una vida con propósito.  Yo en lo personal, no quiero un epitafio lleno de compromisos que se me llevaron mi vida, quiero que exista un legado que trascienda por generaciones y que mi hijo y familia sepa el padre que realmente soy.

Reordena tus prioridades y simplifica.  Simplificar significa ignorar todo aquello que “podrías” hacer y dedicarte aquello que debes hacer.  Es la forma de vincular lo que hacemos con nuestro propósito.  Muchas veces nos convertimos en aprendices de todo y maestros de nada, nos vamos por la vida picoteando de aquí y allá.  Sin embargo, la mayoría no hace nada con lo que fue llamado a hacer.  Es momento de un cambio, y de formar el destino al que fuimos llamados.